Esta obra es un tributo a mis raíces, a la pasión por mi país y a la forma en que entendemos el amor y la muerte en México.
Pintarla fue como escribir una carta visual a quienes ya no están, pero siguen presentes en cada flor, en cada recuerdo, en cada
color.
La figura central, una catrina con mirada suave y flores en el cabello, representa la belleza del adiós y la eternidad del amor. Está
envuelta en un tul oscuro que la protege, pero no la esconde. A sus pies, el cempasúchil guía el camino, iluminando con su luz
dorada.
Detrás de ella, un México vibrante: la pirámide, el Ángel de la Independencia, el Monumento a la Revolución, la trajinera con mi
nombre, los magueyes… todo lo que me forma y me inspira. Es un país que celebra la vida incluso en la muerte, que canta y baila
aunque le duela.
En el texto, escribí desde lo más profundo de mi ser. Porque creo que hay amores que ni el tiempo ni la muerte pueden borrar.
Esta pintura me representa por completo: mi sensibilidad, mi herencia, y ese deseo inmenso de permanecer conectada con
quienes amo… en esta vida o en la otra.
(Vendido) – Disponible en fine art print
Técnica mixta, óleo y acrílico sobre tela
Año 2019
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